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El niño no es una botella que hay que llenar, sino un fuego que es preciso encender (Montaigne)

miércoles, 20 de enero de 2016

La verdad acerca de los deberes

http://pequerivas.es/blog/educacion/795-la-verdad-acerca-de-los-deberes

Reproducción del artículo publicado en 2006 por Alfie Kohn, reputado escritor y conferenciante experto en educación y crianza. Alfie Kohn es uno de los mayores críticos del actual sistema escolar y precursor de la renovación pedagógica. Investigador y autor de cientos de artículos y ensayos sobre educación, crianza y comportamiento humano, en la actualidad cuentan con 14 libros publicados.
Las Tareas Innecesarias Persisten Debido A Las Ideas Equivocadas Sobre El Aprendizaje.
Por Alfie Kohn
Existe algo contrariamente fascinante sobre las políticas educativas, que están claramente en conflicto con la información disponible. Todavía se construyen escuelas enormes, a pesar de que sabemos que los estudiantes tienden a comportarse mejor en lugares más pequeños que los conducen a crear por sí mismos comunidades democráticas y solidarias. Muchos niños que fallan según el estatus quo académico, son forzados a repetir el grado, a pesar de que los estudios indican que esta es la peor opción para ellos. Se continúa enviando tareas -incluso en cantidades mayores- a pesar de la ausencia de evidencia de que esto sea necesario, o beneficioso, en la mayor parte de casos.
Las dimensiones de esta última disparidad no estaban claras para mí hasta que empecé a escudriñar entre investigaciones para escribir un nuevo libro. Para empezar, descubrí que décadas de investigación no han podido arrojar evidencia alguna de que las tareas sean beneficiosas para los estudiantes de primaria. Incluso si usted considera los resultados de exámenes estandarizados como una medida útil, en estas edades los deberes (algunos versus ninguno, o más frente a menos) no están ni siquiera relacionados con las puntuaciones más altas. La única consecuencia que se hace evidente es que existe mayor actitud negativa de parte de los estudiantes que reciben más tareas.
En la educación secundaria, algunos estudios encuentran una correlación entre las tareas y los resultados de las evaluaciones (o notas), pero es generalmente muy pequeña y tiene tendencia a desaparecer cuando se aplican controles estadísticos más sofisticados. Además, no existe evidencia de que el alto desempeño se deba a los deberes, incluso cuando aparece esta relación. No es difícil pensar en otras explicaciones de por qué los estudiantes sobresalientes podrían estar en las aulas en las que se asignan más deberes - o por qué estos estudiantes dedican más tiempo a ellos que sus compañeros.
Los resultados de exámenes nacionales e internacionales levantan más dudas. Uno de varios ejemplos es un análisis de las Tendencias en el Estudio de Matemáticas y Ciencia de 1994 y 1999, con datos procedentes de 50 países. Los investigadores David Baker y Gerald Letendre difícilmente pudieron disimular su sorpresa cuando publicaron sus resultados el año pasado: “No solamente no logramos encontrar ninguna relación positiva”, sino que “las correlaciones generales entre el rendimiento promedio de los estudiantes a nivel nacional, y los promedios nacionales en [cantidad de tareas asignadas] son todas negativas.”
Por último, no existe ningún indicio de evidencia que respalde el supuesto ampliamente aceptado de que las tareas tienen beneficios no académicos para estudiantes de cualquier edad. La idea de que las tareas enseñan buenos hábitos de trabajo o de que desarrollan rasgos de carácter positivos (como auto-disciplina e independencia) podría ser descrita como un mito urbano, excepto por el hecho de que también es tomada con seriedad en áreas suburbanas y rurales.
En resumen, independientemente de nuestro propio criterio, no existe ninguna razón para pensar que la mayor parte de los estudiantes no estarían en ninguna clase de desventaja si los deberes fuesen ampliamente reducidos o incluso eliminados. Sin embargo, una cantidad abrumadora de escuelas en los Estados Unidos- primaria y secundaria, públicas y privadas- siguen requiriendo que sus estudiantes trabajen a doble turno, llevando tareas académicas a casa. Este requerimiento no solamente es aceptado sin ninguna crítica, sino que la cantidad de tareas está creciendo, particularmente en los primeros grados. Una encuesta a nivel nacional, a gran escala y a largo plazo, halló como resultado que la proporción de niños entre seis y ocho años a los que se les asigna tareas en un día dado, ha aumentado del 34 por ciento en 1981, al 58 por ciento en 1997 – y el tiempo semanal dedicado al estudio en casa a más del doble.
Sandra Hofferth, de la Universidad de Maryland, una de las autoras del estudio, acaba de lanzar una actualización basada en datos de 2002. Actualmente la proporción de niños pequeños a quienes se les asignan tareas en un día dado subió al 64 por ciento, y la cantidad de tiempo que dedican a ellas subió en un tercio. Aquí la ironía es dolorosa porque con los niños más pequeños la evidencia para justificar los deberes ni siquiera es dudosa – simplemente no existe.
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Entonces, ¿por qué hacemos algo cuando los contras (estrés, frustración, conflicto familiar, pérdida de tiempo para practicar otras actividades, una posible disminución en el interés por el aprendizaje) superan claramente los pros? Las posibles razones incluyen una falta de respeto por las investigaciones, una falta de respeto por los niños (implícito en la determinación de mantenerlos ocupados después de la escuela), una renuencia a cuestionar las prácticas existentes, y la presiones de arriba hacia abajo para enseñar más cosas en menor tiempo, con el fin de inflar las evaluaciones y poder decir “¡Somos los primeros!”
Todas estas explicaciones son plausibles, pero pienso que algo más es responsable de que continuemos alimentando a nuestros hijos con un aceite de hígado de bacalao de estos tiempos. Debido a que muchos de nosotros creemos que es de sentido común que las tareas produzcan un beneficio académico, tendemos a hacer caso omiso de la imposibilidad de encontrar tales beneficios. A su vez, nuestra creencia de que las tareas son útiles está basada en varios malos entendidos fundamentales sobre el aprendizaje.
Considere el supuesto de que las tareas deberían ser beneficiosas simplemente porque brindan a los estudiantes más tiempo de dominar un tema o habilidad. (Muchos expertos confían en esta premisa cuando intentan extender el día escolar o año lectivo. Efectivamente, los deberes pueden ser vistos como una forma de prolongar el día escolar a un bajo costo.) Desafortunadamente, este razonamiento se vuelve deplorablemente simplista. El estudioso de la lectura Richard C. Anderson y sus colegas explican que hace tiempo, “cuando los psicólogos experimentales estudiaban principalmente palabras y sílabas sin sentido, se pensaba que el aprendizaje inevitablemente dependía del tiempo,” pero “estudios posteriores sugieren que esta creencia es falsa”.
La declaración “La gente necesita tiempo para aprender cosas” es verdad, por supuesto, pero no nos dice mucho de valor práctico. Por otro lado, la afirmación “Mayor tiempo por lo general conduce a un mejor aprendizaje” es considerablemente más interesante. Sin embargo, esta afirmación también es demostrablemente falsa, porque hay bastantes casos en los que más tiempo no conduce a un mejor aprendizaje.
De hecho, es menos probable que más horas produzca mejores resultados cuando están involucradas la comprensión y la creatividad. Anderson y sus asociados hallaron que cuando a los niños se les enseña a leer enfocándose en el significado del texto (en lugar de enfocarse en las habilidades fonéticas), su aprendizaje “no depende de la cantidad de tiempo de instrucción”. En Matemáticas, también, como lo descubrió otro grupo de investigadores, el tiempo dedicado a una tarea está directamente relacionado con el rendimiento solo si tanto la actividad como la medida del resultado se centran en la repetición de memoria, en lugar de a la resolución de problemas.
Carlole Ames, de la Universidad Estatal de Míchigan, señala que no son los “cambios cuantitativos en el comportamiento”-como exigir a los estudiantes que pasen más horas frente a los libros u hojas de trabajo- lo que ayuda a los niños a aprender mejor. En cambio, sí lo son los “cambios cualitativos en la forma en que los estudiantes se ven a sí mismos en relación a la tarea, la forma en que se involucran en el proceso de aprendizaje, y luego responden a las actividades y situación de aprendizaje.” A su vez, estas actitudes y respuestas emergen de la forma en que los profesores conciben el aprendizaje y, como resultado, cómo ellos organizan sus clases. Es poco probable que mandar deberes tenga un efecto positivo en cualquiera de estas variables. Podríamos decir que la educación no es tanto lo mucho que el profesor puede abarcar sino cuánto puede ayudar a los estudiantes a descubrir – y la cantidad de tiempo no ayudará a hacer un cambio en este aspecto.
El énfasis exagerado que se le da al tiempo va de la mano con la creencia generalizada de que las tareas “refuerzan” las habilidades que los estudiantes han aprendido- o, más bien, que se les ha enseñado- en clase. Pero ¿qué significa esto exactamente? No tendría sentido decir “Sigan practicando hasta que entiendan” porque la práctica no crea el entendimiento – el darles a los niños un plazo no les enseña habilidades para gestionar su tiempo. Tendría más sentido decir “Sigan practicando hasta que lo que hacen se vuelva automático.” Pero ¿qué tipos de competencias se prestan a esta forma de mejora?
La respuesta a esta pregunta es: las reacciones conductuales. La habilidad en el tenis requiere mucha práctica; es difícil mejorar su swing sin pasar mucho tiempo en la pista. Pero citar tal ejemplo para justificar los deberes es un ejemplo de lo que los filósofos llaman razonamiento circular. Este asume precisamente lo que quiere probar, que en este caso sería que las actividades intelectuales son iguales al tenis.
El supuesto de que estos son análogos deriva del conductivismo, que es la fuente del verbo “reforzar”, así como la base de una visión atenuada del aprendizaje. En la década de los años 1920 y 30, cuando John B. Watson estaba formulando esta teoría que pasaría a dominar la educación, un investigador bastante menos famoso llamado William Brownell desafiaba el enfoque de “instruir y practicar” en las Matemáticas, que para entonces ya estaba enraizado. Él escribió que “si se quiere ser exitoso en el pensamiento cuantitativo, se necesitan fundamentos y significados, no una multitud de “respuestas automáticas”. “Los ejercicios no desarrollan significados. La repetición no desarrolla entendimiento.” De hecho, si “la Aritmética empieza a tener sentido, es a pesar de los ejercicios”.
Los pensamientos de Brownell han sido enriquecidos con una larga línea de investigaciones demostrando que el modelo conductista es, si me disculpan la expresión, profundamente superficial. La gente pasa su vida construyendo teorías acerca de cómo funciona el mundo, y luego reconstruyéndolas a la luz de nuevas evidencias. Mucha práctica puede ayudar a algunos estudiantes a recordar una respuesta, pero no para mejorar en –ni siquiera a acostumbrarse a–pensar. E incluso cuando ellos adquieren una habilidad académica a través de la práctica, la forma en que la adquieren debería hacernos para a pensarlo detenidamente. Como ha demostrado la psicóloga Ellen Langer, “Cuando practicamos una cierta habilidad de tal forma que se convierte en una segunda naturaleza,” tendemos a ejecutar esta habilidad “sin pensar”, limitándonos a patrones y procedimientos que son menos que ideales.
Pero incluso si la práctica es a veces útil, no podemos concluir que los deberes de este tipo funcionen para la mayoría de los estudiantes. No es de ninguna utilidad para aquellos que no entienden lo que están haciendo. Este tipo de deberes les hacen sentirse estúpidos; se acostumbran a hacer las cosas de forma equivocada (porque lo que realmente está siendo “reforzado” son supuestos errados); y les enseña a ocultar lo que no saben. Al mismo tiempo, otros estudiantes de la misma clase ya han adquirido la habilidad, por lo que la práctica adicional es una pérdida de tiempo. Si usted tiene varios niños, entonces existirán aquellos que no necesitan practicar, y aquellos a quienes la práctica no les es útil.
Además, incluso si la práctica fuese útil para la mayor parte de estudiantes, esto no significa que deba realizarse en casa. En mi investigación he encontrado a una serie de excelentes profesores (en diferentes niveles y con diferentes estilos de enseñanza) que raramente, si es que lo hacen, encuentran necesario mandar deberes. Varios de ellos, además de no encontrar la necesidad de mandar a sus estudiantes a leer, escribir o hacer trabajos de matemáticas en casa, prefieren que los estudiantes hagan estas cosas durante la clase, donde es posible observar, guiar y discutir.
Finalmente, cualquier beneficio teórico de la práctica de mandar tareas debe ser sopesado con el efecto que tiene en el interés de los estudiantes por aprender. Si llenar una hoja de trabajo estropea el deseo de leer o pensar, seguramente esta actividad no producirá una mejora en las destrezas practicadas. Después de todo, cuando una actividad es considerada pesada, también tiende a disminuir la calidad del aprendizaje. Que tantos niños vean los deberes como algo que terminar tan pronto como sea posible -o incluso como una fuente importante de estrés- ayuda a explicar por qué parece no ofrecer ninguna ventaja académica, incluso para aquellos que se sientan obedientemente y completan las tareas que se les han asignado. Todos estas investigaciones mostrando la poca validez de los deberes podrían no ser tan sorprendentes, después de todo.
Sin embargo, los partidarios de los deberes rara vez miran las cosas desde el punto de vista del estudiante; en cambio, los niños son considerados objetos inertes a los que debemos modificar: Hágalos practicar y se harán mejores. Mi argumento no es solamente que este punto de vista es irrespetuoso, o que es un residuo de una psicología de estímulo-respuesta obsoleta. También sugiero que es contraproducente. No se puede hacer que los niños adquieran habilidades. Ellos no son máquinas expendedoras en las que ponemos más deberes y sale más aprendizaje.
Este tipo de conceptos errados son omnipresentes en todo tipo de barrios, y son sostenidos por padres, maestros y estudiosos por igual. Son estas creencias las que hacen tan difícil siquiera cuestionar la norma de enviar deberes regularmente.
Podemos demostrar la escasez de evidencias que los respalden y no vamos a tener ningún impacto si estamos casados con la sabiduría popular (“la práctica hace al maestro”; “más tiempo es equivalente a mejores resultados”.)
Por otro lado, mientras más aprendamos sobre el aprendizaje, estaremos más dispuestos a desafiar la idea de que las tareas deben estar fuera de la escuela.
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Este artículo fue publicado en 2006 en la página personal de Alfie Kohn (www.alfiekohn.org). Puedes leer el original en inglés aquí.
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