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El niño no es una botella que hay que llenar, sino un fuego que es preciso encender (Montaigne)

jueves, 16 de noviembre de 2023

Profesores que dejan huella

 * https://www.lavozdegalicia.es/noticia/yes/2023/11/11/alumno-me-corrige-doy-gracias/0003_202311SY11P6991.htm?utm_source=facebook&utm_medium=referral&utm_campaign=fbgen

Manuel Gordillo, el Profe Manolo: «Si un niño me corrige un error, le doy las gracias»

«A los alumnos les digo que venimos al cole a equivocarnos, hay que defender el error», dice el maestro. Él fue un alumno rebelde y es un profesor, con 20 años de experiencia, que triunfa con sus «Deberes de vida» y rompe la «bola de nieve que son las etiquetas cuando entran en las aulas»

La adolescencia no es un lienzo en blanco, es una tela que un sencillo trazo puede rasgar. «En la adolescencia los chicos dibujan su personalidad, y esa personalidad se forma con lo que se proyecta en ellos desde fuera», comienza Manuel Gordillo (Córdoba, 1977), padre de dos adolescentes, profesor de primaria más conocido como Profe Manolo, que triunfa con sus Deberes de vida mucho más allá de las sumas y las restas en las aulas. «Cuando a un niño le dices: ‘Eres, eres, eres’, al final es eso que le dices», observa disparando al efecto Pigmalión que nos condiciona según las creencias que otros tienen de nosotros. «¿Qué ocurre en el sistema educativo? Que hay etiquetas que se van perpetuando», y eso hace, según el profesor, que se perpetúen también las proyecciones limitantes sobre los chavales. «Si un alumno tiene fama de zoquete, y eso se va diciendo, de un profesor a otro, él termina creyéndoselo y la gente que está alrededor creando una bola de nieve. Yo soy de los que rompen esa bola de nieve», afirma el Profe Manolo, que nunca se ha olvidado del alumno que fue. «Es que yo no he dejado de ser alumno... Soy alumno a día hoy. Cada día aprendo cosas».

¿Cómo eras como alumno de niño? «En la etapa infantil, era muy obediente. Luego en la universidad discutía mucho con los profesores, porque no estaba de acuerdo, estaba muy fuera de juego... Y una mente rebelde, creativa o que cuestiona las cosas no suele encajar. Algo que preocupa al Profe Manolo es que hay mucha gente joven en la docencia, «sobre todo en la secundaria, que no ha tenido una formación pedagógica digamos fuerte». «Hay gente joven repitiendo el modelo pedagógico de hace 40 años... Yo a los niños les digo que venimos al cole a equivocarnos. Es importante este enfoque del error. El error está muy castigado. La gente no quiere decir que se equivoca, prefieren disimular o quedarse callados para no suponer un problema», descubre Gordillo.

El profe también falla, por supuesto, y en este caso admite sin temor que se equivoca: «Si un niño me corrige un error, le doy las gracias». A un buen profesor, según Profe Manolo, le distingue la empatía, una cualidad que no quita la exigencia. «Tengo muy presente la perspectiva de un niño cuando afronta algo que no entiende. Cuando trabajan, soy consciente de las dudas que van a tener, de los errores que van a cometer... En un sistema impositivo como el que tenemos es difícil detectar el talento de la docencia. El buen profesor no es el que estudia más o el que mejor se sabe los temas, que también importa, claro. Es el que es capaz de transmitir, de conectar, el que es capaz de divertirse y pasárselo bien. El sentido del humor es fundamentalísimo. Saber ser como un niño y reírte de ti mismo con ellos es importante para que se genere ese ambiente de confianza que es clave para aprender», afirma.

Cada día la escuela abarca más espacios que antes estaban en el ámbito de la familia y «al final la escuela lo que está reflejando es esa necesidad de cuidar a la persona que es el alumno, de saber llegar a él».

«No digo que haya que ser profe-amigo en absoluto, hay una autoridad, pero esa autoridad no la ganas con el miedo. Hay que buscar un equilibrio entre ocupar tu sitio, ser figura referente, y ser accesible a ellos, contarles cosas para que ellos te cuenten. Si no cuentas, tampoco ellos dan», dice Profe Manolo, que lo primero que suele hacer cada día es interesarse por cómo están sus alumnos. «Si queremos que haya comunicación con los niños, ¡no puede ser un interrogatorio!».

LA CULTURA DEL BOLI ROJO

Combinar la exigencia con el acompañamiento afectivo es efectivo, según este profesor. «Es, desde un enfoque de productividad, incluso conveniente. Consigues mejores resultados cuando los niños se dan cuenta de que te importan. Los alumnos por los que más he peleado yo son los que más me quieren. Con los difíciles lo fácil es hacer la vista gorda o dejarlos estar, pero hay que pelear por ellos», dice Profe Manolo, que estima que no hay alumno imposible. «Si ves que un método no funciona, prueba algo distinto, ¿no? Una clave para triunfar en esto es salirte del carril», considera.

En sus veinte años de experiencia docente, ha tratado con alumnos con situaciones muy duras (adicciones, dolencias mentales), pero él no tira la toalla. Esa es una de sus reglas, estar ahí, involucrarse en lo personal, pelearlo.

«Decir lo positivo tiene mucho  peso. ¿Lo hacemos? Muchos chicos que fracasan fracasan por etiquetas. Cuando una etiqueta entra en el cole, es muy difícil sacarla —advierte—, pasa de unos profes a otros. La cultura del boli rojo es pesada... ¿Cuánto tiempo dedicamos a marcar en rojo los errores, a mandar mensajes a los padres, y cúanto tiempo dedicamos a decir: ‘Esto es fantástico, me ha encantado lo que has hecho’. Esa sencilla vuelta cambia mucho las cosas».


Luis Rojas Marcos: «A los 14 años suspendí todas menos dos y me mandaron al colegio de los cateados, donde conocí a doña Lolina»
«Doña Lolina vio algo en mí, me sentó en primera fila y me hizo sentir que era capaz», recuerda el psiquiatra, afincado en Nueva York, donde acaba de correr un maratón a sus 80 años

Primero, la madre. Ella fue la primera fortuna en la vida del prestigioso psiquiatra y escritor Luis Rojas Marcos, que en su adolescencia fue un fracaso escolar, según cuenta en sus memorias y recuerda este otoño en el que viene de cumplir los 80 veranos. Sin su madre, Luis siente que quizá no habría «llegado vivo a los 20».

En la aventura de crecer a su ritmo, como el niño hiperactivo que (sin diagnóstico) fue, también ayudó a este médico afincado en Nueva York una maestra, una mujer severa pero comprometida con su oficio, uno de esos profes salvavidas que Daniel Pennac reivindica en el bestseller Mal de escuela.

Hace unos días, Luis Rojas cruzaba la meta del maratón de Nueva York «a duras penas. Como vencedor lento, la satisfacción fue inmensa. Pero los gritos solidarios ¡Go Luis Go! de los espectadores se transformaron en mi mente en la fuente de energía vital indispensable», contó en X, antes Twitter.

Del inicio de su maratón de vida, mucho antes de esas carreras que comenzó a hacer con más de 40 años, Luis recuerda que fue un alumno «que tenía grandes dificultades para aprobar las asignaturas». «Eso era algo que preocupaba mucho a mis padres. Con 14 años, suspendí todas, menos Religión y Formación del espíritu nacional. Pasé el verano estudiando y volví a suspender en septiembre, de forma que tuve que dejar el colegio en el que estaba», revela.

Así que con 14 y una ristra de suspensos, los padres del joven Luis pensaron que lo mejor era un cambio, que hiciera un oficio, descartando que fuera capaz de estudiar una carrera. «Como última posibilidad, me matricularon en Sevilla en un colegio que llamaban ‘el colegio de los cateados´. En ese centro, había una directora impresionante, que imponía. Y recuerdo que me dijo: ‘Luis, te vas a sentar en la primera fila´», dice el que fue presidente del Sistema de Salud y Hospitales Públicos de Nueva York.

Un inesperado cambio para el chico que solía sentarse en la última fila. «Esa señora, doña Lolina, vio algo en mí y me ayudó. Con doña Lolina, yo empecé a sentirme capaz, a sentir que podía aprobar».

De fracaso escolar, gracias a la visión de una profesora y al apoyo incondicional de su madre Luis llegó a ser un médico eminente y a dar conferencias por todo el mundo. 

Montar un grupo de adolescente y tocar la batería subió considerablemente la nota en aquellos tiempos en que, para él, todo estaba por venir. Luis Rojas Marcos voló a Nueva York con 24 años y fue ganando altura profesional. Siempre destacó a partir de entonces. A la manera de un vencedor lento, que llega a la meta, en vez de con prisa, con paciencia, venciendo el miedo con las ganas de aprender. 

En su libro Somos lo que hablamos, hay un reconocimientos a esas maestras y maestros «intuitivos y persistentes» que le ayudaron a prestar más atención. Y a entender también, posteriormente, que «la noción que los niños tienen de sí mismos es, en gran medida, el reflejo de los juicios de los demás». 

«Nunca olvidaré a doña Lolina -subraya Rojas Marcos-. Gracias a ella logré aprobar un curso que cambió mi vida. No solo fue cómo fui cambiando poco a poco, sino la reacción que se producía a mi alrededor. Mis padres empezaron a sentirse más tranquilos y a estar más contentos conmigo, lo cual a mí también me ayudaba. A ello se unió el descubrimiento de la música, que subió mi autoestima». 

Alguien de la familia de doña Lolina llegó a escribir al psiquiatra hace poco tiempo al ver que él la había mencionado en uno de sus libros. «Hay personas que dejan huella, que te cambian la vida», asegura el médico que sabe ser paciente y que no olvida a esos maestros que le ayudaron a descubrir su valía.


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